martes, 23 de junio de 2020

199 años de la decisiva.


Desde principios de junio, Miguel de La Torre ha estado reuniendo tropas: 2.566 infantes, 1.651 jinetes y 62 artilleros en la sabana de Carabobo, a unas 7 leguas de Valencia, en la confluencia entre los caminos reales del Pao y de San Carlos, lugar estratégico con abundante agua y pasto para las bestias.
Los republicanos esperan a José Antonio Páez en San Carlos y pasan al Tinaco. En conocimiento de dónde se concentra el enemigo, el sábado 23 de junio deciden pernoctar en la sabana de Taguanes, apenas a media jornada de la posición realista. Cientos de soldados vienen de una extenuante marcha desde Los Llanos, pero nuestro ejército se encuentra repuesto y reforzado. Suman cuatro mil infantes y mil quinientos jinetes con el ánimo supremo para avanzar desde la madrugada siguiente.
Sale el sol sanjuanero y el Ejército Republicano asoma en el camino de San Carlos, imponente, con sus tres divisiones entre banderas, pífanos y tambores. La Torre conociendo su desventaja numérica ha orientado la artillería hacia un desfiladero donde desemboca la ruta que vienen siguiendo los republicanos y bloquea la salida a la llanura con una columna de infantería frente al camino y un batallón en cada cerro.
Los patriotas amagan por ahí, pero desvían su primera división por los montes y desfiladeros de su izquierda. Son los Bravos de Apure y Cazadores Británicos comandados por José Antonio Páez, quienes, seguidos en columna por la segunda división, intentan llegar al flanco derecho enemigo, en teoría inaccesible.
La Torre se percata, ordena fuego de artillería en un intento de frenar ese avance, y mueve al batallón de infantería Burgos hacia unos chaparrales al oeste de la sabana donde, por la ventaja de altura, espera repeler las pretensiones patriotas. 

Los de Páez y Cedeño llevan adelante zapadores guiados por un baquiano, soldados que cortan a machete la vegetación del fragoso terreno, hasta legar a la pica de La Mona.
Ya recorrido ese angosto sendero que empalma con el camino de Montalbán, la avanzada del Bravos de Apure comienza a cruzar hombre a hombre la quebrada Carabobo, pero es recibida con una lluvia de balas desde la altura que intentan alcanzar.
Inútil es tratar de volver atrás o camuflarse entre la maleza en tan precaria situación, que no es peor por el alcance, imprecisión y el tiempo para recargar que caracterizaba a los fusiles de entonces. Esto lo aprovecha el Burgos para comenzar a descender, haciéndoles replegar desordenadamente hacia la quebrada de La Madera.
Todo apunta al fracaso y hasta a la derrota apenas comenzando la batalla, cuando desembocan los Cazadores Británicos, clavan su bandera y se interponen en formación entre el Burgos y los Bravos.
Por experiencia y temperamento es el tipo de combate que más dominan: hincar una rodilla en la tierra y aguantar firmes, serenos, escuchando zumbar las avispas de plomo mientras cargan y disparan una y otra vez. Unos caen, otros avanzan.
Impertérritos, es el adjetivo que mejor les calza.
El Burgos pierde terreno a mitad del barranco y llega el Barbastro en su apoyo mientras bajo intenso fuego caen consecutivamente los oficiales Ferriar, Davis, Scott, Minchin y hasta trece oficiales más y 119 hombres, solo del Cazadores Británicos.
Bolívar, que observa desde una elevación, ha enviado el apoyo de las dos compañías de Tiradores comandadas por José de las Heras. Así los llaneros toman un respiro y se reorganizan para atacar, pero se agotan los cartuchos y junto al resto de cazadores emprenden el ascenso cargando a bayoneta.


Finalmente, tras dos intentos fallidos, toman la sabana, desplazan a la infantería realista de su posición y ante el ataque de caballería de los Húsares de Fernando VII y los Lanceros del Rey son cubiertos por la Guardia de Honor y los 34 integrantes del estado mayor patriota que igualmente se han incorporado por la colina.
Comienza el descalabro realista.
Los batallones Burgos y Hostalrich huyen en cualquier dirección y en el otro extremo, la caballería de Francisco Tomás Morales que había llegado tarde a la confrontación, escapa por el camino de El Pao arrastrando en su desbandada a otros que habían resguardado el flanco izquierdo de las líneas españolas.
José Antonio Páez, frente a los jinetes que han alcanzado la meseta, emprende una carga a punta de sable y lanza, acción donde cae muerto de un balazo Ambrosio Plaza, el Barbastro rinde sus armas y el Valencey comienza una retirada en orden con aproximadamente 400 hombres.
La relampagueante victoria recibe el bautizo de un fuerte aguacero cuyas gotas se juntan para bajar la cuesta, sobre una alfombra de guerreros que agonizan.
Cerca de la quebrada, el teniente de caballería Pedro Camejo ha encontrado a la muerte después de tanto retarla. La noche anterior había dicho: “las puertas del cielo se abren a los patriotas que mueren en el campo” y allí está, como siempre de primero, empujándolas desde los primeros tiros de la batalla.
A su alrededor yacen decenas que no recibirán cristiana sepultura, ni tendrán un busto de bronce para eternizar su memoria.
La Torre junto a lo que queda del Valencey toma el camino hacia Valencia, dejando guerrillas en los pasos de río, donde quedan tendidos entre otros Manuel Cedeño en Barrera, Julián Mellado en La Yaguara y José María Oliveras en Tocuyito; notables entre quienes procuraron más alcanzar la gloria, que al batallón que huía.
En Valencia, casi desierta, se escuchan disparos hacia los corrales de su entrada oeste.
Se siente el galope de los realistas que huyen hacia Puerto Cabello entre los últimos rayos del sol dominguero, acosados por un Páez que todavía no conoce bien a la ciudad.

Basado en la descripción que hace José Antonio Páez en su Autobiografía.
Apoyado en las fuentes de:
Resumen de la Historia de Venezuela de Rafael María Baralt.
Bolívar Conductor de Tropas de Eleazar López Contreras.
Diálogo con Antonio José Vitulano Méndez, cronógrafo de la batalla.

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