Desde principios de junio, Miguel de La Torre ha estado reuniendo
tropas: 2.566 infantes, 1.651 jinetes y 62 artilleros en la sabana de Carabobo,
a unas 7 leguas de Valencia, en la confluencia entre los caminos reales del Pao
y de San Carlos, lugar estratégico con abundante agua y pasto para las bestias.
Los republicanos esperan a José Antonio Páez en San Carlos y
pasan al Tinaco. En conocimiento de dónde se concentra el enemigo, el sábado 23
de junio deciden pernoctar en la sabana de Taguanes, apenas a media jornada de
la posición realista. Cientos de soldados vienen de una extenuante marcha desde
Los Llanos, pero nuestro ejército se encuentra repuesto y reforzado. Suman
cuatro mil infantes y mil quinientos jinetes con el ánimo supremo para avanzar desde
la madrugada siguiente.
Sale el sol sanjuanero y el Ejército Republicano asoma en el
camino de San Carlos, imponente, con sus tres divisiones entre banderas,
pífanos y tambores. La Torre conociendo su desventaja numérica ha orientado la
artillería hacia un desfiladero donde desemboca la ruta que vienen siguiendo
los republicanos y bloquea la salida a la llanura con una columna de infantería
frente al camino y un batallón en cada cerro.
Los patriotas amagan por ahí, pero desvían su primera
división por los montes y desfiladeros de su izquierda. Son los Bravos de Apure
y Cazadores Británicos comandados por José Antonio Páez, quienes, seguidos en
columna por la segunda división, intentan llegar al flanco derecho enemigo, en
teoría inaccesible.
La Torre se percata, ordena fuego de artillería en un
intento de frenar ese avance, y mueve al batallón de infantería Burgos hacia unos
chaparrales al oeste de la sabana donde, por la ventaja de altura, espera
repeler las pretensiones patriotas.
Los de Páez y Cedeño llevan adelante zapadores guiados por
un baquiano, soldados que cortan a machete la vegetación del fragoso terreno, hasta
legar a la pica de La Mona.
Ya recorrido ese angosto sendero que empalma con el camino
de Montalbán, la avanzada del Bravos de Apure comienza a cruzar hombre a hombre
la quebrada Carabobo, pero es recibida con una lluvia de balas desde la altura que
intentan alcanzar.
Inútil es tratar de volver atrás o camuflarse entre la
maleza en tan precaria situación, que no es peor por el alcance, imprecisión y
el tiempo para recargar que caracterizaba a los fusiles de entonces. Esto lo
aprovecha el Burgos para comenzar a descender, haciéndoles replegar
desordenadamente hacia la quebrada de La Madera.
Todo apunta al fracaso y hasta a la derrota apenas
comenzando la batalla, cuando desembocan los Cazadores Británicos, clavan su
bandera y se interponen en formación entre el Burgos y los Bravos.
Por experiencia y temperamento es el tipo de combate que más
dominan: hincar una rodilla en la tierra y aguantar firmes, serenos, escuchando
zumbar las avispas de plomo mientras cargan y disparan una y otra vez. Unos
caen, otros avanzan.
Impertérritos, es el adjetivo que mejor les calza.
El Burgos pierde terreno a mitad del barranco y llega el Barbastro
en su apoyo mientras bajo intenso fuego caen consecutivamente los oficiales Ferriar,
Davis, Scott, Minchin y hasta trece
oficiales más y 119 hombres, solo del Cazadores Británicos.
Bolívar, que observa desde una elevación, ha enviado el
apoyo de las dos compañías de Tiradores comandadas por José de las Heras. Así los
llaneros toman un respiro y se reorganizan para atacar, pero se agotan los
cartuchos y junto al resto de cazadores emprenden el ascenso cargando a
bayoneta.
Finalmente, tras dos intentos fallidos, toman la sabana, desplazan
a la infantería realista de su posición y ante el ataque de caballería de los
Húsares de Fernando VII y los Lanceros del Rey son cubiertos por la Guardia de
Honor y los 34 integrantes del estado mayor patriota que igualmente se han incorporado
por la colina.
Comienza el descalabro realista.
Los batallones Burgos y Hostalrich huyen en cualquier
dirección y en el otro extremo, la caballería de Francisco Tomás Morales que
había llegado tarde a la confrontación, escapa por el camino de El Pao
arrastrando en su desbandada a otros que habían resguardado el flanco izquierdo
de las líneas españolas.
José Antonio Páez, frente a los jinetes que han alcanzado la
meseta, emprende una carga a punta de sable y lanza, acción donde cae muerto de
un balazo Ambrosio Plaza, el Barbastro rinde sus armas y el Valencey comienza
una retirada en orden con aproximadamente 400 hombres.
La relampagueante victoria recibe el bautizo de un fuerte
aguacero cuyas gotas se juntan para bajar la cuesta, sobre una alfombra de
guerreros que agonizan.
Cerca de la quebrada, el teniente de caballería Pedro Camejo
ha encontrado a la muerte después de tanto retarla. La noche anterior había
dicho: “las puertas del cielo se abren a los patriotas que mueren en el
campo” y allí está, como siempre de primero, empujándolas desde los
primeros tiros de la batalla.
A su alrededor yacen decenas que no recibirán cristiana
sepultura, ni tendrán un busto de bronce para eternizar su memoria.
La Torre junto a lo que queda del Valencey toma el camino
hacia Valencia, dejando guerrillas en los pasos de río, donde quedan tendidos entre
otros Manuel Cedeño en Barrera, Julián Mellado en La Yaguara y José María Oliveras
en Tocuyito; notables entre quienes procuraron más alcanzar la gloria, que al
batallón que huía.
En Valencia, casi desierta, se escuchan disparos hacia los corrales
de su entrada oeste.
Se siente el galope de los realistas que huyen hacia Puerto
Cabello entre los últimos rayos del sol dominguero, acosados por un Páez que todavía
no conoce bien a la ciudad.
Basado en la descripción que hace José Antonio Páez en su
Autobiografía.
Apoyado en las fuentes de:
Resumen de la Historia de Venezuela de Rafael María Baralt.
Bolívar Conductor de Tropas de Eleazar López Contreras.
Diálogo con Antonio José Vitulano Méndez, cronógrafo de la
batalla.
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