Tras la batalla de Carabobo la ciudad de Valencia enfrentaba el reto de aliviar los dañinos efectos de la guerra. Muchos valencianos habían sido reclutados y los pocos que no, se habían alejado para no ser víctimas una vez más de esa violencia cuyos efectos ya conocían de cerca.
La soledad citadina es recordada por el general Páez en su autobiografía pues, al pasar en persecución al batallón Valencey, encontró una Plaza Mayor enteramente desierta “Todas las puertas y ventanas de las casas estaban cerradas y no se veía ni una sola persona a quien preguntar la dirección que había tomado el enemigo”.
El Cabildo valenciano se había prácticamente desintegrado. Parte de los regidores, electos el 24 de diciembre del año anterior, Agustín Aurteneche, Gabriel Farafa, Luis María Portugal y José Fraginales habían abandonado sus cargos.
Tocó al alcalde de primera elección, Gerónimo Wildevoxhel, reunir a los regidores leales como él a la causa republicana: Antonio Landaeta, Miguel Martínez y el secretario Miguel Vera a fin de proceder a la reorganización, incorporando como nuevos concejales (regidores) a Francisco Antonio Landaeta, Francisco Antonio Malpica, Diego Escorihuela, Bartolomé Rolan y Francisco Páez.
Es así como, pasados apenas seis días de la batalla de Carabobo, el 30 de junio de 1821, se instala el primer Concejo Municipal, reafirmando a Windevoxhel como alcalde, mientras el deterioro de la ciudad tras la batalla iba en aumento.
Imperaba el desorden y el descontrol entre vecinos dispersos, innumerables huérfanos y viudas sin amparo, hambre, grupos de paisanos y soldados bebiendo y jugando sin control en calles y tabernas.
Los establecimientos públicos, calles y plazas estaban desoladas, y en cada rincón de la ciudad se respiraba “la fetidez de solares inmundos, animales muertos y basura”.
Así lo evidencia el Gobernador Político y Militar de Valencia, sargento mayor de Infantería José Agustín de Albuquerque, en oficio enviado el 9 de julio al recién instalado concejo.
Allí solicita que ante el cese de “las causas que condujeron a la dispersión de los vecinos” se retomara el control, restableciendo el orden público y la vigilancia policial, se supervisara a los transeúntes que entraran a la ciudad, dividiéndola en manzanas o cuarteles, enumerando las casas y colocando nombres a sus calles y cuadras.
Continuó por un tiempo intacta la indefensión de vecinos, hacendados de pueblos aledaños y de los propios regidores ante la imposición de cuotas y colaboraciones destinadas a la manutención de ejércitos. Los campos estaban abandonados, fundos y trapiches sin transporte para bagajes y prácticamente sin mano de obra.
Si antes habían sido los comandantes realistas Morillo y La Torre, ahora sería el republicano Manuel Manrique quien exigiría a los valencianos dinero, bestias, alimentos, para unos 4.000 hombres que continuaban en guerra.
Curiosamente, este primer Concejo comenzó elaborando sus actas con el papel sellado oficial del que disponían, que rezaba en latín: España e Indias del Rey / Fernando VII gracia de Dios, por lo que le adosaban un sello más grande con la inscripción: República de Colombia / Departamento de Venezuela.
Comenzaba así la tercera década del siglo XIX que mantendrá como protagonista a nuestra ciudad.
Fuentes:
Actas del Ayuntamiento de Valencia.
Autobiografía del general José Antonio Páez.