martes, 30 de junio de 2020

199 años del Concejo Municipal de Valencia.


Tras la batalla de Carabobo la ciudad de Valencia enfrentaba el reto de aliviar los dañinos efectos de la guerra. Muchos valencianos habían sido reclutados y los pocos que no, se habían alejado para no ser víctimas una vez más de esa violencia cuyos efectos ya conocían de cerca.
La soledad citadina es recordada por el general Páez en su autobiografía pues, al pasar en persecución al batallón Valencey, encontró una Plaza Mayor enteramente desierta “Todas las puertas y ventanas de las casas estaban cerradas y no se veía ni una sola persona a quien preguntar la dirección que había tomado el enemigo”.
El Cabildo valenciano se había prácticamente desintegrado. Parte de los regidores, electos el 24 de diciembre del año anterior, Agustín Aurteneche, Gabriel Farafa, Luis María Portugal y José Fraginales habían abandonado sus cargos.
Tocó al alcalde de primera elección, Gerónimo Wildevoxhel, reunir a los regidores leales como él a la causa republicana: Antonio Landaeta, Miguel Martínez y el secretario Miguel Vera a fin de proceder a la reorganización, incorporando como nuevos concejales (regidores) a Francisco Antonio Landaeta, Francisco Antonio Malpica, Diego Escorihuela, Bartolomé Rolan y Francisco Páez.
Es así como, pasados apenas seis días de la batalla de Carabobo, el 30 de junio de 1821, se instala el primer Concejo Municipal, reafirmando a Windevoxhel como alcalde, mientras el deterioro de la ciudad tras la batalla iba en aumento.
Imperaba el desorden y el descontrol entre vecinos dispersos, innumerables huérfanos y viudas sin amparo, hambre, grupos de paisanos y soldados bebiendo y jugando sin control en calles y tabernas.
Los establecimientos públicos, calles y plazas estaban desoladas, y en cada rincón de la ciudad se respiraba “la fetidez de solares inmundos, animales muertos y basura”.
 
 
Así lo evidencia el Gobernador Político y Militar de Valencia, sargento mayor de Infantería José Agustín de Albuquerque, en oficio enviado el 9 de julio al recién instalado concejo.
Allí solicita que ante el cese de “las causas que condujeron a la dispersión de los vecinos” se retomara el control, restableciendo el orden público y la vigilancia policial, se supervisara a los transeúntes que entraran a la ciudad, dividiéndola en manzanas o cuarteles, enumerando las casas y colocando nombres a sus calles y cuadras. 
 
 
Continuó por un tiempo intacta la indefensión de vecinos, hacendados de pueblos aledaños y de los propios regidores ante la imposición de cuotas y colaboraciones destinadas a la manutención de ejércitos. Los campos estaban abandonados, fundos y trapiches sin transporte para bagajes y prácticamente sin mano de obra.
Si antes habían sido los comandantes realistas Morillo y La Torre, ahora sería el republicano Manuel Manrique quien exigiría a los valencianos dinero, bestias, alimentos, para unos 4.000 hombres que continuaban en guerra.
Curiosamente, este primer Concejo comenzó elaborando sus actas con el papel sellado oficial del que disponían, que rezaba en latín: España e Indias del Rey / Fernando VII gracia de Dios, por lo que le adosaban un sello más grande con la inscripción: República de Colombia / Departamento de Venezuela. 
 

Comenzaba así la tercera década del siglo XIX que mantendrá como protagonista a nuestra ciudad.

Fuentes:
Actas del Ayuntamiento de Valencia.
Autobiografía del general José Antonio Páez.
 

miércoles, 24 de junio de 2020

Los Antiguos Monumentos de Campo de Carabobo



Por
Luis Heraclio Medina Canelón
Hoy en día, casi todos los venezolanos conocemos el conjunto de monumentos del Campo Inmortal de Carabobo, compuestos por el Arco, el Altar de la Patria y la Avenida Monumental con sus anexos. Los que no han ido, por lo menos lo conocen por videos o fotografías. Pero son pocos los que conocen la historia de los anteriores monumentos de Campo de Carabobo.
EL PRIMER MONUMENTO
El Congreso de Colombia, reunido en Cúcuta, el 23 de julio, poco después de la batalla del 24 de junio de 1821 decretó erigir una columna conmemorativa en el lugar de la batalla.  Aunque la tradición oral señala que su elevación data de 1865, no tenemos con exactitud en qué fecha se colocó una enorme viga de madera, de unos diez metros de largo, a la que los lugareños llamaban “el Palo de Bolívar”    lo cierto es ya existía ese monumento para el año de 1886; en efecto, el diario valenciano “La Voz Pública” reseña la primera celebración de un aniversario de la batalla en el mismo lugar de los hechos (antes se celebraba en la Plaza Bolívar). La iniciativa de la celebración fue del músico Francisco Ricardo Lozada.  En el diario se describe una romería de coches y caballos que se trasladaron al sitio desde el día anterior, pernoctando en el caserío de Las Manzanas, inmediato al lugar,  para poder estar a primera hora del 24, cuando se llevó a cabo el acto central con una banda musical y presencia de multitud de personas.
EL SEGUNDO MONUMENTO
Ya en el siglo XX, en tiempos de Cipriano Castro, el presidente del estado Carabobo el general andino Gerónimo Maldonado, ordena el primero de enero de 1901 la construcción de la columna ática, que había sido decretada por el Congreso de Cúcuta, la cual sería de cimento romano, obra que ejecutaría el famoso marmolero Roversi, contratista de varias obras en Tocuyito y Valencia. Esta bonita columna tenía casi diez metros de alto y el costo de su contrato fue de catorce mil seiscientos bolívares. Estaba  a un lado del camino y lo llamaban “el Obelisco de Carabobo”. Este monumento fue inaugurado con toda pompa tres meses después el 31 de marzo de ese mismo año, lo cual fue reseñado por “El Cojo Ilustrado” con sus respectiva fotografías, donde se observan multitud de caballeros de a pié y a caballo, soldados uniformados, músicos y banderas.
Cada uno de los cuatro lados de la columna tenía una inscripción alegórica:
“Día 24 de Junio de mil ochocientos veintiuno, Simón Bolívar, vencedor, aseguró la existencia de Colombia”
“El general Manuel Cedeño, honor de los bravos de Colombia, murió venciendo en Carabobo. Ninguno más valiente que él, ninguno más obediente al Gobierno”
“El intrépido joven general Ambrosio Plaza, animado de un heroísmo eminente, se precipito sobre un batallón enemigo. Colombia llora su muerte”
“Monumento decretado por el Congreso de la Gran Colombia, reunido en Cúcuta el año de mil ochocientos veintiuno y mandado erigir por el Gobierno Provisional del Estado Carabobo presidido por el Doctor Gerónimo Maldonado, hijo, según decreto del 1ero. de Enero de 1901”
La columna de Maldonado permanecerá solitaria como único monumento hasta 1921 cuando sea derribada para la construcción del soberbio Arco de Carabobo.
EL MONUMENTO QUE NO FUE
Posteriormente, Cipriano Castro, años más tarde, decide hacer una obra de mayor prestancia y convoca a un concurso para la erección en el Campo de Carabobo de un monolito con una estatua alusiva. De las obras seleccionadas resultan pre-seleccionadas tres obras, y al final resulta ganadora la propuesta de Eloy Palacios y se encarga su ejecución en Europa.  El artista encargado modifica sustancialmente su modelo original y ejecuta la obra diseñado con una base de rocas que representan el territorio liberado por Simón Bolívar, en las rocas se sitúan tres figuras que representan las tres repúblicas que integraron la Gran ColombiaNueva Granada (Colombia), Ecuador y Venezuela. Sobre las rocas surge una palmera con hojas de metal sobre las que se posa una escultural indígena prácticamente desnuda, en nombre de la libertad.  Se cuenta que utilizó como modelo a una chica de la realeza europea que tenía un amorío con el artista.  Pero en el ínterin y antes de que llegue la escultura a Venezuela, el compadre de Castro y su vicepresidente Juan Vicente Gómez, lo traiciona y le da un golpe de estado. Cuando la estatua le es presentada a Gómez, éste manifiesta su descontento: no le gusta una mujer desnuda en el Campo de Carabobo.
–Que se la lleven para otra parte, dice el dictador. 
Y la escultura termina en las afueras de Caracas, en una nueva urbanización que se está construyendo: en El Paraíso. Es lo que los caraqueños conocen como “La India del Paraíso”.
Posteriormente, durante el gobierno de Juan Vicente Gómez es que se construirá el Arco de Carabobo (1921) para celebrar el primer centenario de la batalla, y luego en 1930, para conmemorar el primer centenario de la muerte del Libertador se erigirá el Altar de la Patria.
En 1971 durante la administración del Dr. Rafael Caldera se hará una restauración total del conjunto y se fabricará la Avenida Monumental, con el Diorama, el Mirador, el edificio de la Guardia de Honor y otras obras menores, convirtiendo el área en un bellísimo parque.
En los últimos años se ha visto todo bastante deteriorado, con espasmódicos retoques puntuales, pero en líneas generales, abandonado.  Esperamos que algún día recobre su esplendor de ayer.



martes, 23 de junio de 2020

199 años de la decisiva.


Desde principios de junio, Miguel de La Torre ha estado reuniendo tropas: 2.566 infantes, 1.651 jinetes y 62 artilleros en la sabana de Carabobo, a unas 7 leguas de Valencia, en la confluencia entre los caminos reales del Pao y de San Carlos, lugar estratégico con abundante agua y pasto para las bestias.
Los republicanos esperan a José Antonio Páez en San Carlos y pasan al Tinaco. En conocimiento de dónde se concentra el enemigo, el sábado 23 de junio deciden pernoctar en la sabana de Taguanes, apenas a media jornada de la posición realista. Cientos de soldados vienen de una extenuante marcha desde Los Llanos, pero nuestro ejército se encuentra repuesto y reforzado. Suman cuatro mil infantes y mil quinientos jinetes con el ánimo supremo para avanzar desde la madrugada siguiente.
Sale el sol sanjuanero y el Ejército Republicano asoma en el camino de San Carlos, imponente, con sus tres divisiones entre banderas, pífanos y tambores. La Torre conociendo su desventaja numérica ha orientado la artillería hacia un desfiladero donde desemboca la ruta que vienen siguiendo los republicanos y bloquea la salida a la llanura con una columna de infantería frente al camino y un batallón en cada cerro.
Los patriotas amagan por ahí, pero desvían su primera división por los montes y desfiladeros de su izquierda. Son los Bravos de Apure y Cazadores Británicos comandados por José Antonio Páez, quienes, seguidos en columna por la segunda división, intentan llegar al flanco derecho enemigo, en teoría inaccesible.
La Torre se percata, ordena fuego de artillería en un intento de frenar ese avance, y mueve al batallón de infantería Burgos hacia unos chaparrales al oeste de la sabana donde, por la ventaja de altura, espera repeler las pretensiones patriotas. 

Los de Páez y Cedeño llevan adelante zapadores guiados por un baquiano, soldados que cortan a machete la vegetación del fragoso terreno, hasta legar a la pica de La Mona.
Ya recorrido ese angosto sendero que empalma con el camino de Montalbán, la avanzada del Bravos de Apure comienza a cruzar hombre a hombre la quebrada Carabobo, pero es recibida con una lluvia de balas desde la altura que intentan alcanzar.
Inútil es tratar de volver atrás o camuflarse entre la maleza en tan precaria situación, que no es peor por el alcance, imprecisión y el tiempo para recargar que caracterizaba a los fusiles de entonces. Esto lo aprovecha el Burgos para comenzar a descender, haciéndoles replegar desordenadamente hacia la quebrada de La Madera.
Todo apunta al fracaso y hasta a la derrota apenas comenzando la batalla, cuando desembocan los Cazadores Británicos, clavan su bandera y se interponen en formación entre el Burgos y los Bravos.
Por experiencia y temperamento es el tipo de combate que más dominan: hincar una rodilla en la tierra y aguantar firmes, serenos, escuchando zumbar las avispas de plomo mientras cargan y disparan una y otra vez. Unos caen, otros avanzan.
Impertérritos, es el adjetivo que mejor les calza.
El Burgos pierde terreno a mitad del barranco y llega el Barbastro en su apoyo mientras bajo intenso fuego caen consecutivamente los oficiales Ferriar, Davis, Scott, Minchin y hasta trece oficiales más y 119 hombres, solo del Cazadores Británicos.
Bolívar, que observa desde una elevación, ha enviado el apoyo de las dos compañías de Tiradores comandadas por José de las Heras. Así los llaneros toman un respiro y se reorganizan para atacar, pero se agotan los cartuchos y junto al resto de cazadores emprenden el ascenso cargando a bayoneta.


Finalmente, tras dos intentos fallidos, toman la sabana, desplazan a la infantería realista de su posición y ante el ataque de caballería de los Húsares de Fernando VII y los Lanceros del Rey son cubiertos por la Guardia de Honor y los 34 integrantes del estado mayor patriota que igualmente se han incorporado por la colina.
Comienza el descalabro realista.
Los batallones Burgos y Hostalrich huyen en cualquier dirección y en el otro extremo, la caballería de Francisco Tomás Morales que había llegado tarde a la confrontación, escapa por el camino de El Pao arrastrando en su desbandada a otros que habían resguardado el flanco izquierdo de las líneas españolas.
José Antonio Páez, frente a los jinetes que han alcanzado la meseta, emprende una carga a punta de sable y lanza, acción donde cae muerto de un balazo Ambrosio Plaza, el Barbastro rinde sus armas y el Valencey comienza una retirada en orden con aproximadamente 400 hombres.
La relampagueante victoria recibe el bautizo de un fuerte aguacero cuyas gotas se juntan para bajar la cuesta, sobre una alfombra de guerreros que agonizan.
Cerca de la quebrada, el teniente de caballería Pedro Camejo ha encontrado a la muerte después de tanto retarla. La noche anterior había dicho: “las puertas del cielo se abren a los patriotas que mueren en el campo” y allí está, como siempre de primero, empujándolas desde los primeros tiros de la batalla.
A su alrededor yacen decenas que no recibirán cristiana sepultura, ni tendrán un busto de bronce para eternizar su memoria.
La Torre junto a lo que queda del Valencey toma el camino hacia Valencia, dejando guerrillas en los pasos de río, donde quedan tendidos entre otros Manuel Cedeño en Barrera, Julián Mellado en La Yaguara y José María Oliveras en Tocuyito; notables entre quienes procuraron más alcanzar la gloria, que al batallón que huía.
En Valencia, casi desierta, se escuchan disparos hacia los corrales de su entrada oeste.
Se siente el galope de los realistas que huyen hacia Puerto Cabello entre los últimos rayos del sol dominguero, acosados por un Páez que todavía no conoce bien a la ciudad.

Basado en la descripción que hace José Antonio Páez en su Autobiografía.
Apoyado en las fuentes de:
Resumen de la Historia de Venezuela de Rafael María Baralt.
Bolívar Conductor de Tropas de Eleazar López Contreras.
Diálogo con Antonio José Vitulano Méndez, cronógrafo de la batalla.

viernes, 19 de junio de 2020

Ambrosio Plaza y el robo de los papelones.



El 14 de junio de 1821, una guerrilla se desplaza con 400 hombres rumbo a El Pao, población vecina de Carabobo.

Informado en San Carlos, Simón Bolívar encarga al coronel Ambrosio Plaza la misión de marchar con su batallón Anzoátegui y batir a ese grupo o a cualquier enemigo que se pusiera a su alcance, “siempre que no sean fuerzas superiores, porque siéndolo, debe V.S. evitar el combate y retirarse.”

Quien avanzaba hacia el Pao de San Juan Bautista era el español José Ruíz, vecino de Guacara. El mismo que pasó a jefaturar la guerrilla de Los Naranjos en 1814 cuando su anterior jefe, el coronel Ramos, resultara muerto en duelo por el sargento republicano Reyes González.

En su búsqueda salió entonces Plaza a cumplir las instrucciones, pero no encontró a la guerrilla, más sí en el camino a un indefenso comerciante con una carga de papelón al que parte del batallón despojó de su mercancía.

En tiempos de guerra el saqueo era costumbre, y éste fue uno entre infinidad de robos que ocurrirían al paso de ejércitos por caminos y pueblos, donde con o sin decreto de Guerra a Muerte se cometían desmanes contra particulares. 

Con lo que no contaron fue que el dueño de los papelones tuviese la voluntad de ir al encuentro del Ejército Patriota que venía ya en marcha hacia Carabobo para hacer el reclamo personalmente. Cosa que logró el 21 de junio en el sitio de Las Palmas, antes de llegar al Tinaquillo.

Así fue como luego de escucharlo Simón Bolívar manda una comunicación a Plaza con el mismo agraviado:
“Coronel: el ciudadano Francisco Escobar, portador de ésta, se queja de que el batallón Anzoátegui le saqueó una carga de papelones. Su Excelencia el Libertador quiere que haga usted la averiguación, y si resultare verdadero el hecho, que arreste usted a todos los jefes y oficiales del batallón que hubieren presenciado o sabido del saqueo, y que no lo hayan impedido. Además, hará usted que se paguen diez pesos al dueño del papelón y que se descuente mañana esta cantidad al cuerpo que hizo el saqueo, comprendiendo en el descuento también a los jefes y oficiales.”

Que en la propia marcha hacia Carabobo Bolívar haya resuelto un caso de esta naturaleza es ejemplo del celo con que en esa etapa de la guerra manejaba la disciplina y evitaba desmanes contra la población civil.

El coronel Ambrosio plaza tres días más adelante comandó la Tercera División republicana en la batalla de Carabobo, recibiendo una herida mortal de fusil que le hizo fallecer al día siguiente en la ciudad de Valencia. 
Curiosamente murió sin saber que el Congreso de Colombia había aprobado la propuesta realizada por Simón Bolívar el 26 de abril de 1821 para su ascenso a General de Brigada.

Busto del general Ambrosio Plaza en el Conjunto Monumental Campo de Carabobo