En muchas oportunidades nuestros soldados comieron de lo que consiguiesen en el camino, saquearan a los realistas o arrebataran a los campesinos y hacendados en los poblados.
Pero con el avance de la guerra los sembradíos fueron
abandonados y los hombres del campo incorporados a la guerra voluntariamente o
por recluta, así que hasta culebras o cualquier animal que se atravesara
tuvieron que consumir como alimento en situaciones extremas.
El agua era igualmente vital y cargada en cantimploras de
lata o madera pintada con añil, vejigas curadas de animales, taparas y hasta
botellas de vino forradas con cuero o fibras vegetales, pues no por todos los
caminos encontraban ríos o sus aguas eran aptas para el consumo.
El llanero por razones de costumbre y rutina de trabajo,
desde antes de estallar la guerra estaba habituado en sus jornadas a subsistir
con un trozo de carne “que asaba en una estaca, y comía sin que hubiese sal
para sazonar el bocado, ni pan que ayudara a su digestión” (José Antonio Páez, Autobiografía).
Pero en términos generales, aunque se adabtaba segun las circunstancias, la ración diaria de alimentos
estipulada para que un soldado mantuviese la robustez necesaria era aproximada
a estas instrucciones que para su distribución diera Simón Bolívar en una Orden
General del 24 de septiembre de 1823 firmada por Tomás de Heres:
- Carne fresca 12 onzas, y siendo seca o salada 8 onzas.
- Pan o galleta 6 onzas.
- Menestra fina 6 onzas, ordinaria 8. Solo el arroz o garbanzo se tiene por menestra fina.
- Leña una libra.
- Grasa o manteca 1/2 onza.
- Sal................
- Ají ................ 1/2 onza.
- Aguardiente, una botella para 12 hombres.
- La manteca o grasa sólo debe darse a la oficialidad: la asignación de ésta debe ser de Capitán abajo de 2 raciones, la de jefes tres; y la de General cuatro.
Es indudable que la carne aportaba el principal
ingrediente proteico y la manera de mantenerla durante largas jornadas era
echándole sal molida en abundancia y dejándola al sol para que se secara,
proceso que se llamaba salazón, parecido a como todavía se preparan el
chigüire, la baba y el pescado seco.
Otra manera de consumirla era fresca, recién sacrificada
la res, asada en varas y tasajeada para repartirla, por lo que los ejércitos
eran regularmente seguidos en su retaguardia, además de mujeres y familiares,
por rebaños.
En este sentido, José Antonio Páez era cuidadoso de no matar reses a diario durante las marchas, sino las que le dieran bastimento para tres días, y es que las bandadas de zamuros, atraídos por la carne descompuesta volaban sobre la matanza y alertaban al enemigo la presencia de gente reunida.
En este sentido, José Antonio Páez era cuidadoso de no matar reses a diario durante las marchas, sino las que le dieran bastimento para tres días, y es que las bandadas de zamuros, atraídos por la carne descompuesta volaban sobre la matanza y alertaban al enemigo la presencia de gente reunida.
La distribución de apenas una libra de leña y una botella
de aguardiente para cada 12 soldados da a entender que se formaban grupos para
juntar la leña y cocinar, además de compartir el aguardiente que, la mayoría de
las veces mezclado con quina, tenía la función de levantar el ánimo, desinhibirlos
para afrontar la lucha, las extenuantes marchas y sobre todo prevenir
enfermedades como la calentura, el escorbuto, la disentería y otras.
A falta de pan o casabe, la “galleta” era uno de los
alimentos primordiales. Unas circunferencias delgadas de masa de harina de
trigo horneadas, muy duras, pero prácticas para transportar y de larga duración
sin descomponerse.
Según el investigador José Peña del interesante Blog
Héroes en Uniforme, cada soldado u oficial llevaba consigo un bolso mediano de
tela para guardar su ración diaria de alimentos junto a otras pertenencias
necesarias de pequeño tamaño como "navaja, tabaco, aguja, hilo, etc."
El hambre.
Entre marzo y abril de 1821, estando en vigencia el
armisticio firmado entre Simón Bolívar y Pablo Morillo para regularizar la
guerra y hacer pausa en las hostilidades, la situación de las fuerzas
republicanas era prácticamente insostenible y eso precipitó la fase final de la
confrontación, que comenzaría en la sabana de Carabobo.
Mientras los realistas en Apure disponían de ganado en
abundancia, miles de republicanos acantonados en Barinas, igualmente inactivos
padecían una horrorosa carencia de alimentos que comenzaba a ocasionar riñas,
saqueos, deserciones, enfermedades y hasta intentos de echar mano a los
caballos para comérselos.
Es por ello que el Libertador, además de ordenar el envío
a Barinas de la mayor cantidad posible de reses, decide reanudar hostilidades
para el 28 de abril, tal como le había expresado por escrito a La Torre un mes
antes:
¿Pretenderá V.E. que esperemos la muerte sobre nuestros
fusiles por no hacer uso de ellos? No, V.E. no,
es injusto.
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