jueves, 14 de mayo de 2020

El hambre y las municiones de boca



¿Imaginan lo que habría sido proveer alimentación a 4.000 o 6.000 soldados diariamente?

En muchas oportunidades nuestros soldados comieron de lo que consiguiesen en el camino, saquearan a los realistas o arrebataran a los campesinos y hacendados en los poblados.

Pero con el avance de la guerra los sembradíos fueron abandonados y los hombres del campo incorporados a la guerra voluntariamente o por recluta, así que hasta culebras o cualquier animal que se atravesara tuvieron que consumir como alimento en situaciones extremas.

El agua era igualmente vital y cargada en cantimploras de lata o madera pintada con añil, vejigas curadas de animales, taparas y hasta botellas de vino forradas con cuero o fibras vegetales, pues no por todos los caminos encontraban ríos o sus aguas eran aptas para el consumo.

El llanero por razones de costumbre y rutina de trabajo, desde antes de estallar la guerra estaba habituado en sus jornadas a subsistir con un trozo de carne “que asaba en una estaca, y comía sin que hubiese sal para sazonar el bocado, ni pan que ayudara a su digestión” (José Antonio Páez, Autobiografía).

Pero en términos generales, aunque se adabtaba segun las circunstancias, la ración diaria de alimentos estipulada para que un soldado mantuviese la robustez necesaria era aproximada a estas instrucciones que para su distribución diera Simón Bolívar en una Orden General del 24 de septiembre de 1823 firmada por Tomás de Heres:

  •     Carne fresca 12 onzas, y siendo seca o salada 8 onzas.
  •     Pan o galleta 6 onzas.
  •     Menestra fina 6 onzas, ordinaria 8. Solo el arroz o garbanzo se tiene por menestra fina.
  •     Leña una libra.
  •     Grasa o manteca 1/2 onza.
  •     Sal................
  •     Ají ................ 1/2 onza.
  •     Aguardiente, una botella para 12 hombres.
  •     La manteca o grasa sólo debe darse a la oficialidad: la asignación de ésta debe ser de Capitán abajo   de 2 raciones, la de jefes tres; y la de General cuatro.

Es indudable que la carne aportaba el principal ingrediente proteico y la manera de mantenerla durante largas jornadas era echándole sal molida en abundancia y dejándola al sol para que se secara, proceso que se llamaba salazón, parecido a como todavía se preparan el chigüire, la baba y el pescado seco.


Otra manera de consumirla era fresca, recién sacrificada la res, asada en varas y tasajeada para repartirla, por lo que los ejércitos eran regularmente seguidos en su retaguardia, además de mujeres y familiares, por rebaños.

En este sentido, José Antonio Páez era cuidadoso de no matar reses a diario durante las marchas, sino las que le dieran bastimento para tres días, y es que las bandadas de zamuros, atraídos por la carne descompuesta volaban sobre la matanza y alertaban al enemigo la presencia de gente reunida.

La distribución de apenas una libra de leña y una botella de aguardiente para cada 12 soldados da a entender que se formaban grupos para juntar la leña y cocinar, además de compartir el aguardiente que, la mayoría de las veces mezclado con quina, tenía la función de levantar el ánimo, desinhibirlos para afrontar la lucha, las extenuantes marchas y sobre todo prevenir enfermedades como la calentura, el escorbuto, la disentería y otras.

A falta de pan o casabe, la “galleta” era uno de los alimentos primordiales. Unas circunferencias delgadas de masa de harina de trigo horneadas, muy duras, pero prácticas para transportar y de larga duración sin descomponerse.

Según el investigador José Peña del interesante Blog Héroes en Uniforme, cada soldado u oficial llevaba consigo un bolso mediano de tela para guardar su ración diaria de alimentos junto a otras pertenencias necesarias de pequeño tamaño como "navaja, tabaco, aguja, hilo, etc."

El hambre.

Entre marzo y abril de 1821, estando en vigencia el armisticio firmado entre Simón Bolívar y Pablo Morillo para regularizar la guerra y hacer pausa en las hostilidades, la situación de las fuerzas republicanas era prácticamente insostenible y eso precipitó la fase final de la confrontación, que comenzaría en la sabana de Carabobo.

Mientras los realistas en Apure disponían de ganado en abundancia, miles de republicanos acantonados en Barinas, igualmente inactivos padecían una horrorosa carencia de alimentos que comenzaba a ocasionar riñas, saqueos, deserciones, enfermedades y hasta intentos de echar mano a los caballos para comérselos.

Es por ello que el Libertador, además de ordenar el envío a Barinas de la mayor cantidad posible de reses, decide reanudar hostilidades para el 28 de abril, tal como le había expresado por escrito a La Torre un mes antes:

¿Pretenderá V.E. que esperemos la muerte sobre nuestros fusiles por no hacer uso de ellos? No, V.E. no,
es injusto.

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