lunes, 26 de abril de 2021

Pedro Briceño Méndez: el fusil y la pluma.

 


Las comunicaciones en la Guerra de Independencia fueron casi tan importantes como las armas. A través de mensajes verbales o cartas, las ordenes e instrucciones llegaban a sus destinatarios en un tiempo que variaba según las distancias, condiciones del camino, accidentes geográficos, obstáculos propios de la guerra, clima y otros factores.
Durante la larga confrontación llegó el momento en que El Libertador tenía tantos asuntos a su cargo que la comunicación era profusa y continua: nombramientos, destituciones, permisos, quejas de civiles, militares y religiosos, movilización y logística de tropas, instrucciones militares, asuntos familiares y de negocios, órdenes de pago y encargo de insumos, proclamas, decretos, respuestas a las cartas que recibía y un sinfín de contenidos para los que debía servirse de secretarios.
Entre todos los edecanes, confidentes, asesores y hasta consejeros de Bolívar, estaba el bachiller en Artes y en Derecho Civil, Pedro Briceño Méndez, a quien nombró en 1816 secretario de guerra y encomendó la redacción de muchas de sus más importantes cartas en la última etapa de la Guerra de Independencia.
Así que imaginamos a Bolívar en su cuartel o tienda, de pie o sentado en un escritorio de campaña dando a Briceño, durante largas jornadas, instrucciones precisas para asuntos de envergadura y, probablemente, solo tips para asuntos menos delicados y de rutina.
Imaginamos al genio de América frente a una lista de destinatarios y asuntos, mapas, cartas por leer y contestar mientras él también escribía notas, dando palabras a su secretario, quien iba anotando en un borrador para luego desarrollar su redacción. Y afuera, varios emisarios esperando, prestos para ser despachados a medida que eran redactadas y revisadas por Bolívar las encomiendas en papel.
Tintero, plumas de garza, cuchilla para cortar su punta, papel, arenillero o salvadero con el que se secaba la tinta antes que fuese inventado el papel secante, eran insumos imprescindibles transportados en una caja que los protegía de daños por golpes o por agua llamada escribanía.
Por supuesto que de todos estos elementos el papel era el de mayor dificultad para conseguir. Era comprado por resmas a impresores y si para uso oficial llevaban un encabezado o membrete, preferiblemente “en papel fino, de oficio”.
La tinta, según se desprende de una comunicación del 11 de agosto de 1818, era comprada en polvo para ser preparada con agua, las plumas eran igualmente encargadas por paquetes ya elaboradas con su punta cortada lista para ser utilizadas, al igual que las “obleas”, trocitos circulares de goma arábiga utilizada para cerrar las cartas.
Escribir a pluma era dificultoso y requería habilidades especiales a las que estos hombres estaban acostumbrados. La escritura continua y esa serie de dibujos intrincados que acompañan a las firmas, obedecen a la obligatoriedad de terminar de “gastar” el remanente de tinta que tiene la pluma para no dejar una mancha en el papel.
Fue tal el celo de Briceño Méndez en este oficio que una vez se puso a revisar su “libro de borradores” y descubrió una equivocación que denominó “grosera y de grande consecuencia” en una correspondencia del 23 de marzo de 1821.
Allí instruía al general Carlos Soublette, vicepresidente de Venezuela, que “no debía comprometer función de guerra contra fuerzas inferiores” cuando había querido decir que “no debía comprometer función de guerra contra fuerzas superiores” lo que le obligó 20 días después a mandarle una aclaratoria.
No solo se valora en Briceño Méndez el arte de escribir con fluidez, de una manera explícita y elegante sino su capacidad de redacción, pulcritud, estilo e interpretación de lo que quería expresar un personaje tan influyente como Bolívar, presidente y capitán general de los Ejércitos de Venezuela y la Nueva Granada, a quien siempre aludía en los primeros párrafos como S.E El Libertador, fuente de las instrucciones transmitidas.
Don Perucho como solía llamarlo Bolívar en comunicaciones personales, tuvo el privilegio de escribir en primera persona el parte preliminar de la batalla, en una circular preliminar desde El Tocuyito a las 8 de la noche del 24 de junio de 1821. Llegaron a ser parientes y acompañó al Libertador hasta sus últimas horas en Santa Marta.

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