Es innegable el liderazgo y la credibilidad de los curas párrocos en cada pueblo, así como la importancia para el Libertador de mantener ese factor bajo control político durante la Guerra de Independencia de un país casi absolutamente católico.
Narciso Coll y Prat, Arzobispo de Caracas entre 1807 y 1822, fue un personaje sumamente influyente cuyas acciones, con una mano tendían a favorecer la defensa de la religión y del rey de España, y con otra a mantener una buena relación con el gobierno republicano.
Prat manifestaba en 1812 que la “Divina Providencia había restituido estas Provincias a su legítimo Soberano, su amado Rey el Señor D. Fernando Séptimo” restableciendo en ella su "benéfico Gobierno", confesando un año después que para ello “los curas desempeñaron eficazmente estos encargos, y que había corregido con oportunidad a alguno u otro que se hizo sospechoso.”
Sin embargo, no pocas comunicaciones cruzó Bolívar con el arzobispo en la necesidad de mantener a todos los párrocos, predicadores y confesores de la arquidiócesis al lado de la emancipación americana, hacer postulaciones para provisión de curatos y cargos eclesiásticos, quejarse o enaltecer la conducta de sacerdotes, etc. así como el arzobispo intercedía para evitar el paso por las armas de prisioneros realistas, solicitaba la impresión de edictos y pastorales, entre otras concesiones.
Uno de los más fuertes reclamos a Coll y Prat lo hace Bolívar el 9 de abril de 1814 cuando le expresa que, a pesar de haber acusado a su movimiento independentista de sedicioso y compuesto por hombres perversos, la Guerra a Muerte había conservado siempre “ilesa, intacta, y en su fuerza y vigor, la religión Santa de Jesucristo, sin osar ni levemente contra la casa de Dios, contra sus ministros, contra sus Vírgenes, ni contra cosa alguna que pareciese profanación.”
Esto lo hacía Bolívar como pie para su reclamo por el sacrilegio cometido en el templo de San Francisco en Valencia, durante la reciente ocupación por tropas realistas de la ciudad, cuando esa iglesia:
“… sirvió de caballeriza, y sus Altares de pesebres, se encontraron mujeres asesinadas y con indicios de haberse usado allí mismo de ellas. Las Imágenes de San José, San Francisco, Santa Rita, y Carmen, fueron despojadas de sus sortijas, y demás adornos de oro y plata; los Cálices, Patenas, Incensarios, Copón, y otros vasos, robados. Y últimamente extraída del sagrario la Custodia que depositaba la Hostia consagrada, la cual, según unos fue despedazada, y otra tirada en el Altar. Esta misma custodia, parte de los vasos, y otras prendas y ornamentos, se encontraron en las tabernas o guaraperías”.
No sin algo de sarcasmo, Bolívar le dice que estos últimos objetos de culto fueron recuperados por aquellos a quién el arzobispo había acusado de “irreligiosos”, quienes “tuvieron la virtud de presentarlas a V.S. Ilma. en cuyo poder se hallan.”
Lo descrito por Bolívar es solo parte de los desmanes cometidos entre los días 1 y 2 de abril en Valencia por las fuerzas comandadas por el brigadier José Ceballos durante el primer asedio realista a la ciudad de Valencia.
Ulises Dalmau