miércoles, 5 de mayo de 2021

Bolívar, Coll y Prat y la profanación al templo de San Francisco en Valencia

Es innegable el liderazgo y la credibilidad de los curas párrocos en cada pueblo, así como la importancia para el Libertador de mantener ese factor bajo control político durante la Guerra de Independencia de un país casi absolutamente católico.

Narciso Coll y Prat, Arzobispo de Caracas entre 1807 y 1822, fue un personaje sumamente influyente cuyas acciones, con una mano tendían a favorecer la defensa de la religión y del rey de España, y con otra a mantener una buena relación con el gobierno republicano.




Prat manifestaba en 1812 que la “Divina Providencia había restituido estas Provincias a su legítimo Soberano, su amado Rey el Señor D. Fernando Séptimo” restableciendo en ella su "benéfico Gobierno", confesando un año después que para ello “los curas desempeñaron eficazmente estos encargos, y que había corregido con oportunidad a alguno u otro que se hizo sospechoso.”

Sin embargo, no pocas comunicaciones cruzó Bolívar con el arzobispo en la necesidad de mantener a todos los párrocos, predicadores y confesores de la arquidiócesis al lado de la emancipación americana, hacer postulaciones para provisión de curatos y cargos eclesiásticos, quejarse o enaltecer la conducta de sacerdotes, etc. así como el arzobispo intercedía para evitar el paso por las armas de prisioneros realistas, solicitaba la impresión de edictos y pastorales, entre otras concesiones.

Uno de los más fuertes reclamos a Coll y Prat lo hace Bolívar el 9 de abril de 1814 cuando le expresa que, a pesar de haber acusado a su movimiento independentista de sedicioso y compuesto por hombres perversos, la Guerra a Muerte había conservado siempre “ilesa, intacta, y en su fuerza y vigor, la religión Santa de Jesucristo, sin osar ni levemente contra la casa de Dios, contra sus ministros, contra sus Vírgenes, ni contra cosa alguna que pareciese profanación.”



Esto lo hacía Bolívar como pie para su reclamo por el sacrilegio cometido en el templo de San Francisco en Valencia, durante la reciente ocupación por tropas realistas de la ciudad, cuando esa iglesia:

“… sirvió de caballeriza, y sus Altares de pesebres, se encontraron mujeres asesinadas y con indicios de haberse usado allí mismo de ellas. Las Imágenes de San José, San Francisco, Santa Rita, y Carmen, fueron despojadas de sus sortijas, y demás adornos de oro y plata; los Cálices, Patenas, Incensarios, Copón, y otros vasos, robados. Y últimamente extraída del sagrario la Custodia que depositaba la Hostia consagrada, la cual, según unos fue despedazada, y otra tirada en el Altar. Esta misma custodia, parte de los vasos, y otras prendas y ornamentos, se encontraron en las tabernas o guaraperías”.

No sin algo de sarcasmo, Bolívar le dice que estos últimos objetos de culto fueron recuperados por aquellos a quién el arzobispo había acusado de “irreligiosos”, quienes “tuvieron la virtud de presentarlas a V.S. Ilma. en cuyo poder se hallan.”

Lo descrito por Bolívar es solo parte de los desmanes cometidos entre los días 1 y 2 de abril en Valencia por las fuerzas comandadas por el brigadier  José Ceballos durante el primer asedio realista a la ciudad de Valencia.

Ulises Dalmau

lunes, 26 de abril de 2021

Pedro Briceño Méndez: el fusil y la pluma.

 


Las comunicaciones en la Guerra de Independencia fueron casi tan importantes como las armas. A través de mensajes verbales o cartas, las ordenes e instrucciones llegaban a sus destinatarios en un tiempo que variaba según las distancias, condiciones del camino, accidentes geográficos, obstáculos propios de la guerra, clima y otros factores.
Durante la larga confrontación llegó el momento en que El Libertador tenía tantos asuntos a su cargo que la comunicación era profusa y continua: nombramientos, destituciones, permisos, quejas de civiles, militares y religiosos, movilización y logística de tropas, instrucciones militares, asuntos familiares y de negocios, órdenes de pago y encargo de insumos, proclamas, decretos, respuestas a las cartas que recibía y un sinfín de contenidos para los que debía servirse de secretarios.
Entre todos los edecanes, confidentes, asesores y hasta consejeros de Bolívar, estaba el bachiller en Artes y en Derecho Civil, Pedro Briceño Méndez, a quien nombró en 1816 secretario de guerra y encomendó la redacción de muchas de sus más importantes cartas en la última etapa de la Guerra de Independencia.
Así que imaginamos a Bolívar en su cuartel o tienda, de pie o sentado en un escritorio de campaña dando a Briceño, durante largas jornadas, instrucciones precisas para asuntos de envergadura y, probablemente, solo tips para asuntos menos delicados y de rutina.
Imaginamos al genio de América frente a una lista de destinatarios y asuntos, mapas, cartas por leer y contestar mientras él también escribía notas, dando palabras a su secretario, quien iba anotando en un borrador para luego desarrollar su redacción. Y afuera, varios emisarios esperando, prestos para ser despachados a medida que eran redactadas y revisadas por Bolívar las encomiendas en papel.
Tintero, plumas de garza, cuchilla para cortar su punta, papel, arenillero o salvadero con el que se secaba la tinta antes que fuese inventado el papel secante, eran insumos imprescindibles transportados en una caja que los protegía de daños por golpes o por agua llamada escribanía.
Por supuesto que de todos estos elementos el papel era el de mayor dificultad para conseguir. Era comprado por resmas a impresores y si para uso oficial llevaban un encabezado o membrete, preferiblemente “en papel fino, de oficio”.
La tinta, según se desprende de una comunicación del 11 de agosto de 1818, era comprada en polvo para ser preparada con agua, las plumas eran igualmente encargadas por paquetes ya elaboradas con su punta cortada lista para ser utilizadas, al igual que las “obleas”, trocitos circulares de goma arábiga utilizada para cerrar las cartas.
Escribir a pluma era dificultoso y requería habilidades especiales a las que estos hombres estaban acostumbrados. La escritura continua y esa serie de dibujos intrincados que acompañan a las firmas, obedecen a la obligatoriedad de terminar de “gastar” el remanente de tinta que tiene la pluma para no dejar una mancha en el papel.
Fue tal el celo de Briceño Méndez en este oficio que una vez se puso a revisar su “libro de borradores” y descubrió una equivocación que denominó “grosera y de grande consecuencia” en una correspondencia del 23 de marzo de 1821.
Allí instruía al general Carlos Soublette, vicepresidente de Venezuela, que “no debía comprometer función de guerra contra fuerzas inferiores” cuando había querido decir que “no debía comprometer función de guerra contra fuerzas superiores” lo que le obligó 20 días después a mandarle una aclaratoria.
No solo se valora en Briceño Méndez el arte de escribir con fluidez, de una manera explícita y elegante sino su capacidad de redacción, pulcritud, estilo e interpretación de lo que quería expresar un personaje tan influyente como Bolívar, presidente y capitán general de los Ejércitos de Venezuela y la Nueva Granada, a quien siempre aludía en los primeros párrafos como S.E El Libertador, fuente de las instrucciones transmitidas.
Don Perucho como solía llamarlo Bolívar en comunicaciones personales, tuvo el privilegio de escribir en primera persona el parte preliminar de la batalla, en una circular preliminar desde El Tocuyito a las 8 de la noche del 24 de junio de 1821. Llegaron a ser parientes y acompañó al Libertador hasta sus últimas horas en Santa Marta.