martes, 15 de octubre de 2024

Las Convulsiones el Centauro


Preguntar por su lanza y su caballo, que formaban con él una unidad inseparable, era comúnmente la exclamación del general José Antonio Páez al recuperar el sentido luego de las convulsiones, provocadas unas veces por la excitación nerviosa al tener enemigos al frente y otras ante la visión, pensamiento o mención de una culebra.
El origen de ese mal crónico, que le provocaba algo similar a un ataque de epilepsia, parece reflejarse en lo escrito en su autobiografía, cuando su adolescencia cambió radicalmente luego de matar a un salteador de caminos e internarse hacia las riveras de río Apure.
Páez, en tercera persona, confiesa lo que sentía en su rudo inicio como peón en las faenas llaneras: “Zumba el viento en sus oídos cual si penetrase con toda su fuerza en las concavidades de una profunda caverna; apenas se atreve el cuitado (desventurado) a respirar; y si conserva abiertos los espantados ojos, es solamente para ver si puede hallar auxilio en alguna parte, o convencerse de que el peligro no es tan grande como pudiera representárselo la imaginación sin el testimonio del sentido de la vista”.
Describe cómo el tener que domar a pelo caballos salvajes, echarse a un río cuando no sabía nadar, velar por las noches que las madrinas de caballos no huyeran, en fin, ser obligado a todo lo más difícil y peligroso que hubiese que hacer en el hato La Calzada, fue una durísima prueba o castigo para quien "no había nacido destinado a sostenerla".
No es de extrañar entonces que haya sufrido en ese tiempo ataques de serpientes o algún otro animal, cosa común en el oficio pero que, por razones obvias, no escribió.
Aflorarían esos traumáticos recuerdos en momentos previos a un lance en que su vida corría peligro? Solo él llegó a saberlo.
La historia registra su padecimiento desde el combate de Chire (Casanare) el 31 de octubre 1815 cuando uno de sus ayudantes regresó de la retaguardia exhibiendo una culebra enrollada en el asta de su lanza, alardeando que era el primer enemigo aprisionado, hasta sus tiempos en Nueva York, donde lo acompañó su fobia hacia los ofidios.
El Yagual, Ortiz, y Trapiche de Gamarra fueron igualmente combates donde se vio al guerrero sufrir esos ataques, algunas veces antes de comenzar, otras en medio o al final, siendo tan conocidos estos episodios por sus hombres cercanos que, según la circunstancia, esperaban a que se repusiera o buscaban agua donde la hubiere para echársela en el rostro.
Su más proverbial convulsión fue en la Batalla de Carabobo. Después de someter con trescientos jinetes al batallón Barbastro y comenzar el acoso al resistente Valencey, le sobrevino un ataque, quedando inconsciente “en el ardor de la carga entre un tropel de enemigos”. 
 

 
Allí, su vida fue inusitadamente salvada por un jefe realista de la caballería de Francisco Tomas Morales, el teniente coronel Antonio Martínez (venezolano) junto al oficial subalterno republicano Alejandro Salazar “Guadalupe”, quien sostuvo a Páez montado en las ancas de su caballo mientras Martínez lo llevaba de las riendas apartándolo hasta el lugar donde se recuperó.
Un sitio de la sabana donde poco después Simón Bolívar llegó a felicitarlo y ofrecerle el empleo de General en Jefe del Ejército como artífice de aquella victoria.
Finalmente, el único Jefe de División que sobrevivió a la batalla fue José Antonio Páez.
 
Ulises Dalmau 

Fuentes: Autobiografía del general José Antonio Páez; Leyendas Históricas de Venezuela, Arístides Rojas; Antonio Martínez, el realista que salvó a Páez, Luis Heraclio Medina Canelon ; conversaciones con Antonio Jose Vitulano Mendez.
 

 

miércoles, 5 de mayo de 2021

Bolívar, Coll y Prat y la profanación al templo de San Francisco en Valencia

Es innegable el liderazgo y la credibilidad de los curas párrocos en cada pueblo, así como la importancia para el Libertador de mantener ese factor bajo control político durante la Guerra de Independencia de un país casi absolutamente católico.

Narciso Coll y Prat, Arzobispo de Caracas entre 1807 y 1822, fue un personaje sumamente influyente cuyas acciones, con una mano tendían a favorecer la defensa de la religión y del rey de España, y con otra a mantener una buena relación con el gobierno republicano.




Prat manifestaba en 1812 que la “Divina Providencia había restituido estas Provincias a su legítimo Soberano, su amado Rey el Señor D. Fernando Séptimo” restableciendo en ella su "benéfico Gobierno", confesando un año después que para ello “los curas desempeñaron eficazmente estos encargos, y que había corregido con oportunidad a alguno u otro que se hizo sospechoso.”

Sin embargo, no pocas comunicaciones cruzó Bolívar con el arzobispo en la necesidad de mantener a todos los párrocos, predicadores y confesores de la arquidiócesis al lado de la emancipación americana, hacer postulaciones para provisión de curatos y cargos eclesiásticos, quejarse o enaltecer la conducta de sacerdotes, etc. así como el arzobispo intercedía para evitar el paso por las armas de prisioneros realistas, solicitaba la impresión de edictos y pastorales, entre otras concesiones.

Uno de los más fuertes reclamos a Coll y Prat lo hace Bolívar el 9 de abril de 1814 cuando le expresa que, a pesar de haber acusado a su movimiento independentista de sedicioso y compuesto por hombres perversos, la Guerra a Muerte había conservado siempre “ilesa, intacta, y en su fuerza y vigor, la religión Santa de Jesucristo, sin osar ni levemente contra la casa de Dios, contra sus ministros, contra sus Vírgenes, ni contra cosa alguna que pareciese profanación.”



Esto lo hacía Bolívar como pie para su reclamo por el sacrilegio cometido en el templo de San Francisco en Valencia, durante la reciente ocupación por tropas realistas de la ciudad, cuando esa iglesia:

“… sirvió de caballeriza, y sus Altares de pesebres, se encontraron mujeres asesinadas y con indicios de haberse usado allí mismo de ellas. Las Imágenes de San José, San Francisco, Santa Rita, y Carmen, fueron despojadas de sus sortijas, y demás adornos de oro y plata; los Cálices, Patenas, Incensarios, Copón, y otros vasos, robados. Y últimamente extraída del sagrario la Custodia que depositaba la Hostia consagrada, la cual, según unos fue despedazada, y otra tirada en el Altar. Esta misma custodia, parte de los vasos, y otras prendas y ornamentos, se encontraron en las tabernas o guaraperías”.

No sin algo de sarcasmo, Bolívar le dice que estos últimos objetos de culto fueron recuperados por aquellos a quién el arzobispo había acusado de “irreligiosos”, quienes “tuvieron la virtud de presentarlas a V.S. Ilma. en cuyo poder se hallan.”

Lo descrito por Bolívar es solo parte de los desmanes cometidos entre los días 1 y 2 de abril en Valencia por las fuerzas comandadas por el brigadier  José Ceballos durante el primer asedio realista a la ciudad de Valencia.

Ulises Dalmau

lunes, 26 de abril de 2021

Pedro Briceño Méndez: el fusil y la pluma.

 


Las comunicaciones en la Guerra de Independencia fueron casi tan importantes como las armas. A través de mensajes verbales o cartas, las ordenes e instrucciones llegaban a sus destinatarios en un tiempo que variaba según las distancias, condiciones del camino, accidentes geográficos, obstáculos propios de la guerra, clima y otros factores.
Durante la larga confrontación llegó el momento en que El Libertador tenía tantos asuntos a su cargo que la comunicación era profusa y continua: nombramientos, destituciones, permisos, quejas de civiles, militares y religiosos, movilización y logística de tropas, instrucciones militares, asuntos familiares y de negocios, órdenes de pago y encargo de insumos, proclamas, decretos, respuestas a las cartas que recibía y un sinfín de contenidos para los que debía servirse de secretarios.
Entre todos los edecanes, confidentes, asesores y hasta consejeros de Bolívar, estaba el bachiller en Artes y en Derecho Civil, Pedro Briceño Méndez, a quien nombró en 1816 secretario de guerra y encomendó la redacción de muchas de sus más importantes cartas en la última etapa de la Guerra de Independencia.
Así que imaginamos a Bolívar en su cuartel o tienda, de pie o sentado en un escritorio de campaña dando a Briceño, durante largas jornadas, instrucciones precisas para asuntos de envergadura y, probablemente, solo tips para asuntos menos delicados y de rutina.
Imaginamos al genio de América frente a una lista de destinatarios y asuntos, mapas, cartas por leer y contestar mientras él también escribía notas, dando palabras a su secretario, quien iba anotando en un borrador para luego desarrollar su redacción. Y afuera, varios emisarios esperando, prestos para ser despachados a medida que eran redactadas y revisadas por Bolívar las encomiendas en papel.
Tintero, plumas de garza, cuchilla para cortar su punta, papel, arenillero o salvadero con el que se secaba la tinta antes que fuese inventado el papel secante, eran insumos imprescindibles transportados en una caja que los protegía de daños por golpes o por agua llamada escribanía.
Por supuesto que de todos estos elementos el papel era el de mayor dificultad para conseguir. Era comprado por resmas a impresores y si para uso oficial llevaban un encabezado o membrete, preferiblemente “en papel fino, de oficio”.
La tinta, según se desprende de una comunicación del 11 de agosto de 1818, era comprada en polvo para ser preparada con agua, las plumas eran igualmente encargadas por paquetes ya elaboradas con su punta cortada lista para ser utilizadas, al igual que las “obleas”, trocitos circulares de goma arábiga utilizada para cerrar las cartas.
Escribir a pluma era dificultoso y requería habilidades especiales a las que estos hombres estaban acostumbrados. La escritura continua y esa serie de dibujos intrincados que acompañan a las firmas, obedecen a la obligatoriedad de terminar de “gastar” el remanente de tinta que tiene la pluma para no dejar una mancha en el papel.
Fue tal el celo de Briceño Méndez en este oficio que una vez se puso a revisar su “libro de borradores” y descubrió una equivocación que denominó “grosera y de grande consecuencia” en una correspondencia del 23 de marzo de 1821.
Allí instruía al general Carlos Soublette, vicepresidente de Venezuela, que “no debía comprometer función de guerra contra fuerzas inferiores” cuando había querido decir que “no debía comprometer función de guerra contra fuerzas superiores” lo que le obligó 20 días después a mandarle una aclaratoria.
No solo se valora en Briceño Méndez el arte de escribir con fluidez, de una manera explícita y elegante sino su capacidad de redacción, pulcritud, estilo e interpretación de lo que quería expresar un personaje tan influyente como Bolívar, presidente y capitán general de los Ejércitos de Venezuela y la Nueva Granada, a quien siempre aludía en los primeros párrafos como S.E El Libertador, fuente de las instrucciones transmitidas.
Don Perucho como solía llamarlo Bolívar en comunicaciones personales, tuvo el privilegio de escribir en primera persona el parte preliminar de la batalla, en una circular preliminar desde El Tocuyito a las 8 de la noche del 24 de junio de 1821. Llegaron a ser parientes y acompañó al Libertador hasta sus últimas horas en Santa Marta.

jueves, 5 de noviembre de 2020

Vadeando el manglar




El cuartel superior del escudo de armas del estado Carabobo (decretado el 1° de mayo de 1905) es una representación alegórica a lo que muchos interpretan como "la toma del Castillo de San Felipe" en Puerto Cabello. 
La acción, que desarticuló en 1823 el último refugio del Ejército Expedicionario de Costa Firme en Venezuela y por tanto marcó el final de la Guerra de Independencia, realmente no fue emprendida cruzando el mar a caballo portando banderas, ni de día.

El general José Antonio Páez en su autobiografía cuenta que, estudiando cómo vencer las murallas de la plaza fuerte* con la menor pérdida posible, descubrió unas misteriosas huellas que aparecían cada madrugada en la playa, y tras una vigilia lograron dar con el hombre que, increíblemente, atravesaba por las noches la ensenada por la parte este, entre la costa y el fuerte.

Era un negro borburateño llamado Julián Ibarra, nacido esclavo en una hacienda de cacao. Su dueño, don Juan Jacinto Iztueta, 11 años atrás había sido uno de presos del castillo que encabezaron la sublevación para poner en manos realistas uno de los mas importantes arsenales  del país, infringiendo así un humillante revés (29 de junio al 6 de julio de 1812) a su gobernador, el para entonces coronel Simón Bolívar.

Esta vez, Iztueta prestaría su apoyo para que la plaza volviese a manos republicanas, por lo que Julián no tardó en ser persuadido de mostrar a tres oficiales patriotas que fijaron la ruta, dónde estaban esos puntos vadeables entre los manglares, solo conocidos por él.

Páez echó a andar la estrategia del asalto con una de sus acostumbradas maniobras de distracción: mandó a abrir zanjas para desviar el río y ordenó romper el fuego desde las 5 de la mañana para agotar al enemigo, enmascarando lo que pretendía hacer.

Serían las 10 de la noche del 7 de noviembre, cuando 500 hombres -entre ellos 100 lanceros- descalzos y desnudos, solo con fusiles y lanzas, emprendieron la riesgosa misión de atravesar el mar.

Aunque el trayecto había sido calculado en una hora, a los comandados por Manuel Cala y José Andrés Elorza les tomó cuatro por la cantidad de soldados. 

Su preocupación esa vez no eran los voraces caribes, pisar una raya, toparse con un temblador o un caimán como cuando la infantería atravesaba un río llanero. Era avanzar sigilosamente entre el oscuro y cenagoso laberinto del manglar para no ser descubiertos, sobre un fondo de lodo, rodeados por el movimiento de peces que agitaba el agua a la altura de sus pechos. 



A las 2:30 de la madrugada todos habían pisado tierra seca y cada partida de asalto estaba apostada en los lugares indicados. Una señal y lo demás fue rutina para aquellos guerreros imbatibles a quienes los valencianos habían repuesto a tiempo sus agotadas reservas de alimentos. 

Como expresa el centauro portugueseño: “Los habitantes de esta ciudad, entonces como siempre tan generosos con la patria y conmigo, me dieron no solo las provisiones necesarias, sino todo cuanto pudiera servir para regalo de las tropas durante las fatigas del sitio.”

El cronista Asdrúbal González en su libro Sitios y Toma de Puerto Cabello señala que, días después, don Juan Jacinto Iztueta fue designado alcalde del Ayuntamiento de Puerto Cabello.

En cuanto al destino de Julián Ibarra, es descrito en “El negro que le dio la espalda a la gloria” del cronista porteño Miguel Elías Dao.

Julián dejó de ser esclavo. Recibió el grado de capitán del ejército, un caballo con aperos, 500 pesos y una casa en la calle de Colombia del Puerto, pero fue condenado a muerte en 1826 por el asesinato del comerciante Federico Pantoja y cinco de sus acompañantes, cometido para robarles el pago de un cargamento de cacao.
 
*Corrección del historiador Jose Sabatino

miércoles, 14 de octubre de 2020

El "Batallòn Valencia", nuestro batallòn olvidado.

 


Por

Luis Heraclio Medina Canelón

En la historia hay personajes, lugares o entidades que al recibir en un momento dado el favoritismo de algún personaje influyente copan la atención de la masa del público en desmedro de muchos otros que han tenido igual o hasta mayor importancia.  Así vemos que los mismos nombres se repiten en todas crónicas, y en las calles de ciudades, pueblos y barrios, instituciones o escuelas y que otros que merecen reconocimiento permanecen casi olvidados. Hay ocasiones en que algunos de poca relevancia real son elevados por razones hasta políticas, de acuerdo a los intereses del mandón de turno. Esta situación es especialmente notoria en la crónica de la independencia, que políticos y demagogos han manejado a su conveniencia. Permanecen casi olvidados algunos que tenemos que rescatar de la amnesia colectiva.

De las unidades militares que lucharon en aquella larga guerra fratricida que fue la independencia el común de la gente si acaso recuerda al “Bravos de Apure” o a la mal llamada “Legión Británica”, pero sucede que en casi todos los lugares se crearon destacamentos militares con la propia gente de ese sitio, con los vecinos de cada pueblo y de cada ciudad. Debemos recordar a nuestros fundadores o antepasados que salieron de cada terruño abandonando todo para irse a la guerra. De la ciudad del Cabriales salió el “Batallón Valencia”, una de las puntas de lanza del ejèrcito republicano durante la segunda repùblica. 

El batallón Valencia fue creado en el año de 1813, aunque no se tiene la fecha exacta, su nacimiento es mencionado  en la Gaceta de Caracas Nro. XXXVI de fecha 27 de Enero de 1814, donde se transcribe el informe del Secretario del Estado, Tomás Montilla, donde señala:

“He presentado los grandes acontecimientos del año 1813…Seis batallones fueron creados con los nombres de Caracas, Guayra, Barlovento, Victoria, Valencia, y el Valeroso de Cazadores…”


 BAUTISMO DE FUEGO:

BATALLA DE BARBULA 30 de SEPTIEMBRE DE 1813

El creador y primer comandante del Batallón Valencia fue un porteño, el comandante José Miguel Valdés de Yarza y Salazar, conocido sencillamente como el “Coronel Miguel Valdéz. Fue él quien organizó el batallón, con blancos de la ciudad. Es de recordar, que aquella guerra, sobre todo en tiempos de la guerra a muerte era prácticamente una guerra social y no un conflicto internacional. Una de las puntas de lanza del ejército monárquico del español Domingo Monteverde era el “Batallón de Pardos de Valencia”; por contraparte José Miguel Valdés organizó con los blancos de la ciudad un batallón para defender la causa republicana: el “Batallón de Blancos de Valencia” que se bañaría de gloria en los terribles combates de los tiempos de la guerra a muerte.


Las primeras operaciones del batallón recién creado en Valencia, fueron en el sitio de Puerto Cabello, donde se encontraba atrincherado Monteverde, pero este sitio tuvo que ser levantado en septiembre, cuando los realistas recibieron un fuerte contingente de soldados monárquicos recién llegados de España, al mando del coronel Salomón.

Reforzadas sus tropas Monteverde trata de ir sobre Valencia. En la vanguardia envía al regimiento recién llegado, el “Granada” y al batallón de “Pardos de Valencia”, que eran leales al rey. En las montañas de Bárbula es interceptado por las tropas republicanas, Es en esa oportunidad cuando el Batallón Valencia, junto a otras fuerzas va a tener propiamente su “bautismo de fuego”. La victoria luego de cinco horas de encarnizada lucha, es para los patriotas, quienes tienen que lamentar la muerte del valiente neogranadino Atanasio Girardot. Entre los heridos del Batallón Valencia está el entonces capitán Miguel Borras, quien tendrá una larga carrera militar llegando a general. Esta fue la primera vez en la guerra en que las tropas republicanas se enfrentaban a verdaderos veteranos españoles, a los vencedores de Napoleón, con el honor de haberlos derrotado a las puertas de Naguanagua.

BATALLA DE LAS TRINCHERAS 3 DE OCTUBRE DE 1813

Los restos de las tropas realistas de Monteverde se encontraban todavía en las montañas, en los alrededores del pueblo de Trincheras. Bolívar ordena volver a atacar. Esta vez las tropas republicanas (entre ellas el “Valencia”) son comandadas por el neogranadino D” Eluyar, y vuelven a desbaratar a las unidades de los monárquicos. Su propio comandante, el general Domingo Monteverde recibe un grave balazo que le entra por la boca y le vuela media quijada. Los realistas tocan retirada y huyen a Puerto Cabello. A Monteverde tienen que llevarlo en una parihuela entre cuatro solados. Aquí se dio un caso poco común en las guerras: Se enfrentaron dos batallones contrarios con el mismo nombre: “Valencia”; el de los pardos a favor del rey y el de los blancos por la causa patriota.


COMBATE DE VIGIRIMA 23 a 25 DE NOVIEMBRE DE 1813

Desde Puerto Cabello salieron nuevamente las tropas realistas (compuestas por lo que quedaba del batallón Granada, y los pardos), ahora bajo las ordenes del coronel Salomón, para tratar de tomar la ciudad de Valencia, tomando por el camino de Patanemo para ir a caer a Vigirima. Allí bajo el mando directo de Bolívar, el Batallón Valencia, comandado por el coronel Manuel Gogorza, junto los neogranadinos y otras unidades llegadas desde Caracas combaten por tres días, en lo que fue el combate más largo de toda la guerra de independencia (es de recordar, que por ejemplo, la batalla de Carabobo duró apenas unas horas), hasta que finalmente las fuerzas realistas, sin lograr su objetivo, optaron por retirarse a Puerto Cabello.

El Boletín del Ejército Libertador de Venezuela. N° 24 FECHADO EN EL CUARTEL GENERAL DE VIGIRIMA, EL 26 DE NOVIEMBRE DE 1813 expresa:

“Las tropas de La Guaira, Valencia y Caracas, se han hecho dignas de combatir al lado de las granadinas, que han sostenido su antigua reputación. Salieron heridos de la acción el Mayor del Batallón de Valencia ciudadano Miguel Valdés y los ciudadanos Capitán Reyes González que fue premiado el día veintitrés, el Teniente Cirilo Rodríguez, y los Subtenientes Sebastián Ángulo, y Félix Retortillos “

Otro oficial patriota del “Valencia” herido fue es el español (sevillano) Manuel Villapol, quien cayó por un barranco al ser fulminado su caballo por un balazo en la frente. Bolívar en su discurso ante la Asamblea de San Francisco (2.1.1814): dijo de este español que luchaba por la independencia

«…El bizarro Coronel Villapol que desriscado en Vigirima, contuso y desfallecido, no perdió nada de su valor que tanto contribuyó a la victoria de Araure…»


BATALLA DE ARAURE 5 de DICIEMBRE DE 1813

Y fue precisamente en Araure, el 5 de diciembre des 1813 donde el batallón de nuestra ciudad tiene una de sus acciones estelares, comandado en esta ocasión por el nombrado coronel español y patriota Villapol.

El Boletín del Ejército Libertador Nro. 25, de ese mismo día expresa:

Los Batallones de Caracas, Barlovento, La Guaira y Valencia se han distinguido heroicamente, habiendo combatido con tal denuedo y pericia, que bien pueden ser comparados con las más aguerridas tropas europeas”

Luego de Araure el Batallón participó en la toma de Barquisimeto.

BATALLA DE OSPINO  2 DE FEBRERO DE 1814

El 2 de febrero de 1814 el Batallón Valencia comandado por el trujillano Manuel Gogorza por ordenes de Urdaneta se traslada hasta Ospino donde vence a las fuerzas realistas del temible José Yáñez (conocido como “Aña” por sus llaneros criollos) quien muere en pleno combate. Yáñez era quien antes había ejecutado al terrible comandante patriota Antonio Nicolás Briceño, primer promotor de la guerra a muerte. Luego de la acción de Ospino, Urdaneta ordena al “Valencia” trasladarse a San Carlos para auxiliar al cuartel de El Libertador, que estaba asechado por Bóves. De allí se trasladan a Valencia, donde llegan luego de que la ciudad sobrevivió al terrible primer sitio.

COMBATES DE SAN MATEO (27 DE FEBRERO A 30 DE MARZO 1814)

Entre febrero y marzo de ese año, interviene nuestro batallón en la defensa de San Mateo, asediado por Bóves, donde, al lado de Ricaurte, caen varios de sus efectivos, en ese sentido la “Gaceta de Caracas” contiene la “Necrología del Secretario de Guerra” donde señala:

“El teniente ciudadano Rodríguez, natural de Valencia y del batallón de esa ciudad, fue herido en la acción parcial del 8 de marzo atacando posiciones del enemigo en las alturas, al medio día, de San Mateo….”

Rafael (o Juan Rafael) Quintero también murió, siendo Ayudante del Batallón de Valencia, en la acción de San Mateo, el 28 de febrero de 1814 

El bizarro coronel sevillano Manuel Villapol, el vencedor de Araure, también moriría en San Mateo. Un artículo de Antonio Muñoz Tébar, publicado en la “Gaceta de Caracas” del 28 de marzo de 1814, dice:

«El benemérito Coronel Manuel Villapol, de la Orden de los Libertadores, muerto de una bala de fusil que atravesó su corazón en las alturas del Calvario de San Mateo, casi al terminar la sangrientísima batalla del 28 de febrero. Como el gran Girardot hizo llorar un triunfo conseguido a costa de su sangre».

Mas tarde, el mayor Leandro Palacio aparece comandándolo en fecha 31 de marzo de 1814 (Gaceta de Caracas Nro. 57 del 11 de abril de 1814) en el combate de Villa de Cura, donde encabezaron el ala derecha de las tropas patriotas, enfrentando a las fuerzas de José Tomás Bóves. Esa misma gaceta menciona al subteniente de la tercera compañía del batallón de nombre José Prieto, como uno de los heridos, al igual que un teniente Miranda, de los cazadores de ese batallón. (Por su parte el Boletín del Ejército Libertador Nro. 9 del 5 de Abril informa de la acción del coronel Leandro Palacio, y que resultaron heridos en el batallón Valencia “el subteniente José Prieto y el “teniente Miranda de Cazadores de Valencia”)

COMBATE DE GUATAPARO

Al poco tiempo, el 17 de mayo, el batallón nuevamente bajo las ordenes del coronel Manuel Valdés participa en el combate de Guataparo donde se enfrentan las tropas de Juan Manuel Cajigal. 

BATALLA DE CARABOBO (PRIMERA)

Nuestro batallón tiene una participación decisiva en la primera batalla de Carabobo el 28 de mayo de 1814, bajo las ordenes del comandante Manuel Valdés, donde se enfrentan y derrotan a los temibles llameros de Apure que peleaban defendiendo las banderas del rey.

 En junio de ese mismo año varios elementos del Batallón Valencia, sucumben en la ciudad de Valencia, luego de quedar sin bastimentos ni municiones. Allí Bóves asesina a muchos oficiales y civiles, entre ellos el coronel Manuel Gogorza.

Pero en La Puerta se pierde casi todo el batallón, así como casi todo el ejército patriota. El comandante Valdés se salva y huye junto a otros comandantes hacia Caracas. Ya casi destruida la segunda república luego de la pérdida de Valencia, y la derrotas de La Puerta, Arao y otros combates, ante el incontrolable avance de Bóves que estaba destruyendo casi todo el ejército republicano, los restos del “Valencia” acompañan al general Urdaneta en la emigración a Nueva Granada, mientras que Bolívar emigra a Oriente, con lo poco que le quedaba.



 En la Nueva Granada, los restos de los batallones que llevaba Urdaneta (Valencia, Barlovento y La Guaira) debieron haberse fundido en una sola unidad o agregados a otra existente. Allí se le pierde la pista a este primer “Valencia”

Pero más tarde, aparece el nombre de nuestra ciudad en batallones republicanos: Así en 1816 según vemos en el Archivo del Libertador con fecha 15 de marzo se ascendió al capitán Miguel Borras  (El más tarde General Miguel Borras (Valencia, ?-Coro, 1853) a Teniente Coronel vivo y efectivo, Comandante del Batallón Valencia.

También en 1816 Juan de Dios Morales era Sargento Mayor (o sea, segundo jefe) del Batallón Valencia. Cayó prisionero, en abril de 1818, en el Rincón de los Toros, y fue fusilado posteriormente por los realistas.

En pròxima oportunidad nos detendremos en la vida de los militares que comandaron el "Batallòn Valencia"

FUENTES

Alcantara Borges, Armando. "Carabobo Sendero de Libertad" Secretarìa de Cultura del Gobierno de Carabobo. Valencia 1992

Colomine, Luis Alfredo. "Venezuela y Sus Proceres". Caracas. 1974

H. Nectario M. "Historia Elemental de Venezuela" Editorial Venezuela. Caracas. 1943

Urdaneta, Rafael. "Memorias" . Imprenta y Litografia del Gobierno Nacional. Caracas. 1888

http://www.archivodellibertador.gob.ve


sábado, 29 de agosto de 2020

Josefa Zavaleta: Mitos y Realidades

 


Por

Luis Heraclio Medina Canelon

En las lecturas de nuestra historia encontramos una serie de personajes y narraciones que se cuentan y repiten pero que muchas veces tienen pocos basamentos reales y adolecen de serios errores, confusiones e interpretaciones equívocas, por eso lo mejor es acudir a las fuentes directas, los documentos, cartas, actas, expedientes y periódicos y las narraciones de los propios protagonistas, que al ser los inmediatos a los hechos y personajes, por razones obvias son lo más preciso que podemos encontrar. Muchos de los relatos de nuestros cronistas vienen de lo que les contaban los nietos o biznietos de aquellos protagonistas de la historia y como es natural se confunden unos hechos con otros y se tergiversan situaciones que llevan a los errores narrados.

En la crónica, la historia y la leyenda valenciana tenemos varias heroínas, la más famosa es sin duda Josefa Zavaleta, conocida de un tiempo para acá como “La Zabaleta”. Sobre ella nos toca hoy hacer algunas precisiones y poner en duda algunos datos que quizás no tengan fundamento.

 SU VERDADERO NOMBRE

Según Luisa Galíndez nació en Valencia el 6 de julio de 1789 mientras que otras fuentes señalan su nacimiento en 1784. Sus padres fueron un conocido comerciante de esta ciudad llamado Manuel Zavaleta y su madre una señora danesa de nombre María Josefa Gedler. Los ilustres cronistas del siglo XX como Luis Alberto Colomine,  Luis Taborda, Luisa Galíndez y  Guillermo Mujica Sevilla, por ejemplo, la nombran “María Josefa conocida como la Zabaleta”. Ahora bien, quien se llamaba María Josefa era la madre de nuestro personaje: la señora María Josefa Gedler. Pero su verdadero nombre resulta ser Josefa Antonia, no María Josefa. Así la identifica su hija María Teresa en los documentos de solicitud de una pensión al Montepío de los huérfanos, viudas y demás deudos de los militares que pelearon en la independencia. En cuanto al apellido vemos que los cronistas (a excepción de Luis Taborda) escriben “Zabaleta”. pero en los documentos de la época se escribe el apellido de  nuestro personaje “Zavaleta”; en efecto así figura el apellido de la dama tanto en documentos realistas como republicanos: El general Pablo Morillo en un remitido público fechado en Cuartel general de Valencia 6 de Setiembre de 1820 (impreso ese año por primera vez en Caracas y luego reimpreso en Madrid, ese mismo año) así lo escribe y en Correo del Orinoco, órgano oficial de los patriotas también escriben su apellido como “Zavaleta”. Por lo tanto nosotros, en principio, somos partidarios de utilizar la grafía de realistas y republicanos en el siglo XIX.

SU SOBRENOMBRE

En los documentos antiguos no hemos encontrado que la llamen “La Zabaleta”, como hacen l mios escritores del siglo XX, pero sorpresivamente hemos encontrado otro apodo  de nuestra heroína, que parece no conocieron los historiadores de nuestro inmediato pasado: Reiteradamente en el Correo del Orinoco la llaman “La Chepita” (Chepita es un diminutivo de Josefa). Así en el periódico republicano de  se transcribe una carta particular fechada en Puerto Cabello el 17 de Julio de 1820 que dice:

La Chepita Zavaleta, Mesa (de Bailadores) y otros salen desterrados”

Y en  otra nota:

La Chepita Zavaleta está ya en Curazao, y lo mismo Mesa con su  muger (sic) Concha Landaeta, otras varias Señoras del mismo Valencia se dice que las han confinado a varios puntos de la Provincia

Es evidente por el uso que hace “El Correo del Orinoco” que Doña Josefa era conocida con su sobrenombre y que era un personaje de renombre de la ciudad; de allí que sea siempre a la primera que mencionan.

SU VIDA PRIVADA

Josefa se casa febrero de 1807 en Puerto Cabello con quien mas tarde será comandante de artillería republicana Francisco de Paula Tinoco de Castilla y Agreda. Tiene a sus hijos Gerónimo y María Antonia Tinoco Zavaleta  en esa ciudad.  Por el hecho de haberse casado y por haber tenido a sus dos hijos en Puerto Cabello deducimos que era en esa ciudad donde había establecido su hogar y no en Valencia. En Septiembre de 1813 su esposo, el comandante Tinoco, muere de un cañonazo mientras ataca Puerto Cabello. En 1814 “Chepita” habría recibido en herencia de su tío el padre Landaeta su famosa casa en el lado oeste de la Plaza Mayor, hoy llamado bulevar oeste de la Plaza Bolívar, al lado de donde estuvo la “Casa Consistorial” y luego el “Palacio Muncipal”. Mas adelante contrajo segundas nupcias con Juan Manuel Arrubla (o Arrubia).

SUS ACTUACIONES

Sin duda los hechos de armas más recordados en Valencia son los dos terribles sitios de la ciudad en 1814.  El primero enfrentado con éxito por Urdaneta y el segundo en el cual la tropa de Bóves ejecutó una horrible matanza de los vencidos y rendidos. Estos dos episodios han quedado grabados en la conciencia colectiva de Valencia y quizás por eso es que se pretende vincular a ellos cualquier personaje o circunstancia. Seguramente es por esa razón que se atribuye a La Chepita Zavaleta haber actuado en el sitio de Valencia…hasta la mencionan socorriendo heridos y refrescando cañones… ¿pero realmente hay referencias históricas a su actuación durante los sitios? Los cronistas (Luis Taborda, Luisa Galíndez, Mujica Sevilla) la colocan en el hecho, pero sin dar mayores detalles, pero analicemos: La mejor crónica del primer sitio de Valencia nos la trae nada menos que su principal protagonista: El general Rafael Urdaneta, comandante de la sitiada ciudad, en sus “Memorias”. Allí nos da los pormenores de la heróica resistencia y nos habla de una mujer que tuvo un desempeño muy especial, pagando con su vida su valor. ¿su nombre? ANGELA LAMAS, prácticamente olvidada por los cronistas. Urdaneta para nada menciona a Josefa Antonia Zavaleta. Otro de los testigos presenciales de ese episodio, el coronel republicano José de Austria, en su “Historia Militar de Venezuela” relata los hechos que vivió y presenció en aquel asedio. Tampoco menciona a Josefa Zabaleta, pero si recuerda a la heroína olvidada, Angela Lamas:

“…Señor Arzobispo Coll y Pratt, que también sufrió los horrores de aquel sitio, en el cual perdieron los independientes sobre doscientos hombres entre muertos y heridos, siendo de los primeros la Sra. Angela Lámas que, junto con otras de su sexo prestó importantes servicios á los defensores de la plaza, el Capitán Sanz y otros valientes oficiales.”

 Por el contrario Luis Alberto Colomine que tiene un brillante resumen biográfico de los próceres, cuando trata sobre Josefa Zavaleta no le atribuye ninguna participación en los asedios a la ciudad. Creemos que la vinculación de nuestro personaje al sitio de Valencia  es un error o una ligereza de algunos cronistas originada en la confusión de ese importante suceso con otro que viene después y que comentaremos seguidamente. Los cronistas traspolaron la actuación de Chepita Zavaleta en 1820 y la colocaron en los sitios de Valencia siete años antes en 1814.

EL COMPLOT

Años después de los asedios de Valencia, Bolívar y los republicanos habían sufrido un desastre en la batalla de La Puerta, se habían retirado a Nueva Granada y prácticamente toda Venezuela estaba en manos del general Pablo Morillo “El Pacificador” desde 1818. Ciertamente el veterano general español había “pacificado” a la provincia insurgente estableciendo su cuartel general en nuestra ciudad, donde aprovechando a sus ingenieros militares y la mano de obra gratis que le ofrecían sus numerosos prisioneros se encargaba de fomentar mejoras en Valencia. De allí surgieron el famoso Puente Morillo, el Cementerio nuevo, la Torre Sur de la Catedral de la ciudad, el empedrado de las calles, etc. No se habían registrado combates desde dos años atrás en la región de Carabobo y se vivía un ambiente de aparente paz y normalidad en la ciudad. La joven viuda Josefa, por su parte, había contraído segundas nupcias con el señor Juan Manuel Arrubia y parece que llevó a vivir con ella a un adolescente hijo de su difunto esposo (anterior a su matrimonio) de nombre José Cecilio Tinoco Reyna.


Pero la “normalidad” era sólo aparente.  Para Marzo de 1820 a pocas leguas de Valencia, en las inmediaciones de Tocuyito en un lugar llamado Mucuraparo y casi en las narices de Morillo, de manera subrepticia se había concentrado una guerrilla de unos ciento cincuenta hombres, que planeaban un asalto de la ciudad, al primer momento que la guarnición abandonara la capital y Valencia quedara con unas defensas reducidas. Según contaba meses después el “Correo del Orinoco” el plan incluía matar a Morillo y a todo su estado mayor:  

“Se aguardaba a Morillo en Caracas para jurar la Constitución, pero aseguran está muy azarado porque dicen que la conspiración era para asesinarlo a él y su plana mayor; lo cierto es que nadie sabe los pormenores de tal revolución…”

(Correo del Orinoco Nro. 69, 1ero de Julio de 1820)

En el plan estaban implicados, aparte de los guerrilleros concentrados en Mucuraparo, gran cantidad de personas de la ciudad, entre ellas de lo mas principal, incluso el alcalde de la Valencia Vicente Guevara, algunos militares y varias damas, de ellas la más comprometida era nada menos que “La Chepita” Zavaleta, que había financiado el golpe, reclutado combatientes y coordinado las acciones en su casa y en casa de otras matronas valencianas.

Pero resulta que una correspondencia entre la gente de la ciudad y los alzados es interceptada por las fuerzas de Morillo y se van hilando cabos, interrogando a sospechosos y queda desbaratada toda la conspiración. Morillo ordena instalarse un consejo de guerra que enjuicia a todos los detenidos. Varios hombres son condenados a muerte y fusilados. Las pruebas en contra de “La Chepita” son abrumadoras y Morillo la condena al destierro, para donde parte con su familia.

En su “Manifiesto al Rey” fechado en Valencia 6 de septiembre de 1820 el general Morillo se refiere a las declaraciones de los testigos y de los implicados que comprometen a Doña Josefa:

“fue aprehendido Francisco Antonio , esclavo de don Salvador Mesa  y declaro que también había conducido cien pesos remitidos por la señora Zavaleta para sostener la gente…”

“…que habia visto reunirse en casa de dona Francisca Sandoval á doña Josefa Zavaleta con otras varias personas para hablar de noticias favorables á los disidentes…”

Otro testigo declaró:

“había conducido dos cartas para el dicho Rosales, entregadas por una señora que vivía en la plaza en casa de don Manuel Zavaleta, siendo en ambas ocasiones gratificado por ella.”

El mismo Pablo Morillo, refiere la sentencia de “La Chepita” Zavaleta en estos terminos:

“Doña Josefa Zavaleta por la reunión que tenia en la casa de la Sandoval para hablar contra la causa de la nación española con gravísimo perjuicio de su buen servicio: por la remesa de 100 pesos que hizo á Rosales: por haber dado por dos ocasiones cartas á Herrera para que las llevase á este  y por la generalidad con que todos los testigos manifestaron que era entre la partida reconocida por su protectora, á la expatriación del territorio español…”



Los viejos cronistas señalan que Josefa fue enviada a Jamaica, pero tanto Morillo como  “El Correo del Orinoco” nos dicen que su sitio de destino fue Curazao, Así Morillo al señalar las medidas de gracia luego de juramentarse la constitución española:

“fueron puestas en plena libertad por orden de S. E . el general en gefe con el plausible motivo de la publicación y juramento de la Constitución política de la monarquía; y todos se hallan ya en sus casas á excepción de doña Josefa Zavaleta, que no ha vuelto de la Isla de Curazao, en donde reside con su marido”

El Correo del Orinoco:

La Chepita Zavaleta está ya en Curazao, lo mismo que Mesa con su muger”

Estos hechos sumamente graves y notorios, de gran importancia histórica son totalmente ignorados por Galíndez, Mujica Sevilla y Taborda, quienes seguramente escribieron en base a tradiciones orales que confundieron los hechos del año 14 donde no tuvo intervención Josefa con los del año 20 que causaron su enjuiciamiento y expulsión del país. De hecho Luisa Galíndez apenas menciona someramente el juicio al que denomina “un tribunal de la horca”, pero no explica para nada los motivos del juicio. Luis Alberto Colomine si la ubica en el golpe contra Morillo.

Posterior al destierro, Josefa Zavaleta de Arrubia se trasladó con sus menores hijos a la Nueva Granada, de donde era oriundo su esposo. Allí estableció su hogar, siempre en contacto con los militares republicanos. Carmelo Fernández Páez, el sobrino de José Antonio Páez, militar y artista, recuerda las atenciones recibidas por la dama en su residencia de Bogotá:

“…quedé en aquel cuerpo de guarnición con otras tropas, en Bogotá, donde fuí acometido de una grave disentería, de la que me salvé, a favor de la asistencia esmerada que recibí en la casa de la Señora Josefa Zabaleta de Arrubla, venezolana que gozaba de una posición respetable y distinguida en aquella capital, viuda que fué el Tente. Coronel Tinoco que murió en 1813 en el sitio de Puerto Cabello. En obsequio de la justicia y de la gratitud, debo decir, que los servicios que recibí en la casa de la Señora Zabaleta, los debo a la recomendación que de mí hizo el General Laurencio Silva, que en aquellos días pasó por Bogotá, en viaje para el cuartel general Libertador. No me conocían ni el expresado General ni la Señora Zabaleta, y me inclino a creer que además del espíritu beneficente de aquellas personas, obraría también en su ánimo el ser yo sobrino del General Páez”.

Luce más romántica la epopeya de la dama buscando agua en el Cabriales  que la trama del magnicido contra Pablo Morillo, pero las evidencias históricas nos señalan que fue en el complot de 1820 y no en los asedios de 1814 donde Pepita Zavaleta tuvo un papel estelar. No nos cabe duda.

 FUENTES

Alcántara Borges, Armando. “Sendero de Carabobo” Ediciones del Gobierno de Carabobo, Valencia 1992

Austria, José de “Bosquejo de la historia militar de Venezuela en la guerra de su independencia 1855  Imprenta y Libreria de Carreño Hermanos. Caracas

Colomine, Luis Alfredo. “Venezuela y Sus Próceres” Caracas. 1974

Galindez, Luisa, “Historia de Valencia “

Morillo, Pablo. “Manifiesto que hace a la Nación Española el Teniente General Don Pablo Morillo Conde de Cartagena, Marqués de La Puerta, y General en Gefe del Ejercito Expediconario de Costa Firme” Imprenta Calle de la Greda. Madrid. 1821

Taborda, Luis. “Daguerrotipo del Recuerdo” Tipografía Paris en América. Valencia, 1975